Antes decían de Colón que fué un marino genovés que paró un huevo una vez. Hoy día de todo éso lo único que le queda incólume es lo de marino. Hay historiadores que opinan que no era genovés y otros que afirman que jamás paró un huevo sino que ese anecdótico honor corresponde al arquitecto italiano Filippo Brunelleschi el que diseñó la cúpula de la catedral de Florencia. Una distinción que Colón todavía guarda es la de tener su esqueleto completo en España y también en la República Dominicana lo cual es posiblemente el único caso de ubicuidad ósea en la historia de la humanidad; perdió un huevo y ganó huesos.
Otro pecado contra la memoria colombina es la aseveración impía que la palabra carabela proviene del griego karabos que significaba cangrejo marino. Aunque la ciencia etimológica así lo confirme es un hecho meritorio de encubrimiento: situar al Almirante de la Mar Océana a horcajadas en un mero crustáceo mancilla su gloria.
Finalmente, es mi penoso deber afirmar no ser históricamente defensible la bellaca aserción poniendo en boca de Colón, ¡Caraggio un scarafaggio! cuando vió una cucaracha por primera vez. Las cucarachas son recatadas bestezuelas naturales del continente americano quienes contrariamente a sus pudorosos hábitos tienen un nombre con matices obscenos en dos idiomas. La palabra viene de cuca que en muchas lenguas romances significa sabandija pero que en varios países latinos es palabra vulgar y andrógina, en unos significa el órgano sexual femenino y en otros el masculino. En inglés se llaman cockroaches compuesto de cock, que es el macho de cualquier ave y también vulgarmente el pene, más roach, que es un pez de agua dulce. En realidad el nombre no tiene que ver con peces ni con aves sino que es derivado de mal pronunciar cucaracha. Ya en 1624 hay una referencia en un libro a cacarootch. Desde el siglo XIX empezaron a decirles eufemísticamente roaches evitando el cock. En el español chicano de los EEUU les llaman roches, rochos o ruchos.