Ahora sé lo que es amor a primera vista; en cuanto la vi me enamoré. Hematopoética, así era ella. Asumí que su nombre significaba sangre poética y pensé que definía magistralmente nuestra cultura; llevamos la poesía en nuestra sangre, lo prueban excelsos poetas y poetisas habidas y por haber en nuestra lengua.
El prefijo hemato lo conozco bien. Recientemente tuve una caída que me dejó con hematomas desde el dedo gordo del pie izquierdo hasta mi amplia frente. La parte poética no requiere definición.
Pero poco dura la alegría en casa de un filólogo diletante: el diccionario en línea de la RAE me golpeó entre ceja y ceja con la cruda realidad, esa palabra no existe. Mi ilusión fue resultado de una inmunda bestia del funesto necrocomio de la mala ortografía. El término carecía una «Y» y no tiene nada que ver con prosa ni poesía. Es una palabra médica derivada de hematopoyesis del griego hemato, sangre y poiesis, acción, creación. Absolutamente nada que ver con lo que yo creía y quería. Hematopoyético es «perteneciente o relativo a la hematopoyesis» en palabras laicas es la formación de la sangre en la médula de los huesos.
No me arredra la inexistencia de hematopoética . Nuestra santa lengua es la sangre de nuestro espíritu y la poesía el estandarte de nuestra existencia. Como no existe hay que hacerla existir.
Antonio Machado, poeta con gotas de sangre jacobina» en sus venas falleció exiliado en territorio fronterizo francés. Hubiese querido ser enterrado en España lo cual no era posible durante la sangrienta dictadura de Franco. Sus amigos cruzaron de noche la frontera y trajeron puñados de tierra ibera para esparcirlo sobre su cadáver.
Eso fue esencialmente hematopoético.
Algún tiempo después Pablo Casals, otro ilustre desterrado del fascismo vino con su violoncelo a tocar al borde de su sepulcro.
Eso fue esencialmente hematopoético.
Crear nuevas palabras es difícil pero,
Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Antonio Machado