Enrique IV fue un «cambia casaca» que oscilaba de católico a protestante según soplara el viento. Su frase más famosa fue «París bien vale una misa» que dijo al «convertirse» al catolicismo para poder ser rey de Francia. Se rumoraba que se vestía de verde, color que pensaba lo hacía atractivo, para frecuentar un parque parisino a disfrutar de la compañía de muchas chicas jóvenes. Dicen que basado en tal chisme la frase peyorativa «viejo verde» se originó. Ser viejo y verde no es lo mismo que viejo verde.
Yo soy viejo y verde porque apoyo el Green New Deal de la congresista Alexandria Ocasio Cortés, al Movimiento Green Peace, y porque me gusta comer verduras que, de paso, ayudan a mantenerlo a uno verde.
Yo me esfuerzo en ser viejo y verde en el sentido original usado por Virgilio en La Eneida donde describe al barquero Caronte como «ya viejo pero su vejez es la de un dios, briosa y verde.» En cambio nuestro presidente el Pinocho Anaranjado es un cambia-casaca y amoral viejo verde al estilo de Enrique, no viejo y verde como Caronte y es definido apropiadamente en inglés como «dirty old man,» «viejo sucio» así llaman a los viejos verdes en tal idioma.
En otros sentidos no se asemeja a Enrique IV quien fue muy querido de su pueblo y por la historia dada su política de promover la unidad nacional, el secularismo , la tolerancia, y los derechos civiles. 89 años después, en 1685 durante el reinado infame de Luis XIV se terminó todo eso. Luis fue un rey muy libertino al estilo de Pinocho: vano, ostentoso, un despreciable autócrata que solamente gobernó para el beneficio de la jauría sin traílla de cortesanos ricachones que cotidianamente lo adulaban sin mesura.